El estigma


El hierro quemante del estigma,
la marca indeleble que duele eternamente,
selló mi frente, mi corazón y mi garganta
el mismo día que recibí el diagnóstico.

No sé como llegué hasta ese lugar
o tal vez sí, pero quiera olvidarlo.

Recuerdo una noche de gritos.
Me ví recogida en un ovillo
aterrada de mí,
presa del insomnio y de tu ausencia.

Después vino la magia,
la llave secreta que abre todas las puertas,
los rituales sagrados para alejar el mal,
las noches plenas de calor, de música, de fiesta.

La vida era una obra en la que yo actuaba.
Entonces me vestí de rosa, me perfumé de rosa,
acepté finalmente el rosa de mi cuerpo
y salí al escenario, feliz de ser mujer.

Por último llegaste, pero tú no me viste,
tu sólo viste el fútbol y yo quedé deshecha,
maltrecha, deshojada, caminé en tus zapatos,
entendí tus razones y lloré.

Llegaron las haditas y me hablaron al oído.
No pude verlas pero sentí su presencia
y cada canción era para mí
y todo tenía más de un sentido.

En la sala de espera
traspasé el tiempo y el espacio
y me ví convertida en una vieja,
trasformada en un niño asustado.

Contesté las preguntas.
Me sometí a los exámenes.
Viví la espera sin tiempo de los enfermos.
Dormí, lloré, hablé y hasta grité.

Entonces descubrí
que d-os existe detrás de una cortina.
Pero no lo dije por temor al estigma.
Supe también que yo era la elegida.
Pero no lo dije por temor al estigma.

Desperté de un corto sueño
y una hermosa mujer me condujo
a bordo de una camilla voladora
hacia el encierro voluntario.

Un angel me recibió en el pasillo.
Me dio abrigo, comida y comprensión.
Tuve por fin el descanso del sueño
y el espejo de unos ojos donde mirarme.

Afuera quedaron los amados
y yo a merced de las horas.

Salí de allí con una condición.
Llegué a la cita sin saber que me esperaban
con un hierro candente y yo ingenua
ofrecí mi frente, mi corazón y mi garganta.

Ahora ando por el mundo
con esta marca indeleble
y me deshago en tinta
tratando de explicar
a qué se debe.

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