Querida Vieja


El duelo es una cosa misteriosa. Cada uno lo vive de una forma diferente. Pasaron unos tres años antes de que procesara el duelo de mis abuelos paternos, Alberto Mendoza Barraza y Maria Arango de Mendoza. Mi forma de exorcizar ese dolor fue este poema que escribí a los 16 años. Mi papá lo atesoró y hoy regresa a mí de entre sus cajones llenos de papeles. Hoy se cumple un año más de la muerte de la vieja. Y seguro que está en el cielo, en el cielo católico, ese que se gana a costa de sufrimiento. Para los que no conocen la historia, mis abuelos vivieron toda nuestra infancia postrados en mecedores, sus cuerpos debilitados por enfermedades crónicas, mientras sus mentes continuaban lúcidas. Mi abuela, paralizada por una trombosis, había perdido los reflejos más básicos como pestañear o tragar saliva, algo tan inconsciente y automático para nosotros, pero su mirada era cálida, vívida, abrasadora como su alma. Nunca pude probar sus deliciosos pudines o pasteles que eran famosos en toda la ciudad, pero el sabor dulce de su callada presencia permanece en mi alma y aún hoy me acompaña.

Querida Vieja:

¿Qué tal se está allá arriba?
¿Acaso se acabaron tus pesares?
¿Terminó ya tu sufrimiento?
¿Y los del viejo?
¿Cómo están en la otra vida?

Hace tiempo ya que nos privaste
de tu dulce y callada compañía,
de tu vida de enfermedad,
de aquella mirada grande
y aquel trabajoso hablar.

No pudimos ser amigas,
no podíamos conversar,
ni salir, ni pasear,
no pudiste disfrutar
plenamente nuestra infancia.

Sólo te sentabas en tu mecedor
cuando te hablaban sonreías
trabajosamente y un fulgor
en tu mirar aparecía.
A veces nos respondías.

Y dime:
¿Cómo está el viejo?
¿Sigue sentado en su mecedor
contando chistes malos
con los calzones encaramados?

Dime,
¿Como se siente?
¿Necesita algo de dinero?
¿Aún come tan despacio?
¿Y dónde están?
¿En el cielo?

Dónde están que ya no puedo
sentarme en las huesudas
rodillas del abuelo
y darle un beso en la mejilla.

Dónde están
que no podemos
visitarlos en domingo,
ver vuestra alegría
y darles nuestro cariño.

Dónde están
que no podemos
escuchar a nuestro abuelo
hablando de Papa Dios
y oir sus hermosos cuentos.

¿Saben?
Que me hacen falta.
Extraño su triste existencia
y extraño la vieja casa.


¿Saben?
En días como estos
emergen de mi infancia
sus recuerdos y con ellos
la pena profunda de no tenerlos.

¿Saben?
Que también me alegro,
porque donde quiera que estén
están mejor.
¡Y sé que están en el cielo!

Comentarios

  1. Anónimo3:20 p. m.

    Hola Titis,

    Que bello tu escrito, como siempre, tienes la habilidad de poner en palabras los sentimientos, en este caso definitivamente colectivos.

    Yo tambien extranio a la abuela, y que no daria por que ella hubiera podido ver los ojos bellos de mis hijos, y ver su alma reflejada en ellos.

    te quiero mucho!!

    M

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por dejar tu opinión.

Entradas populares