El último concurso
Aquél último año fue el mejor de todos. Ya había ganado todos los concursos de declamación habidos y por haber que organizaban en el colegio. Esta vez tenía que lucirme, tenía que hacer algo diferente.
Le pedí ayuda a mi tía Clarita, mi mentora. Allá llegaba yo casi todas las semanas a hacer visita por la tarde y escucharla recitar en alemán versos de Goethe con su acento impecable pulido por una institutriz alemana. Muchas veces también me regalaba de su voz los dulces versos que le había compuesto a su difunto esposo, a su hija y a la vida.
Le conté de mi dilema. Se levantó del sofá de la sala, se dirigió hacia el interior de la casa y me dejó ahí sentada por un largo rato con el cuadro del bisabuelo mirándome de frente. Al poco tiempo volvió con un cuadernillo de poesía en la mano. Me señaló un verso de Rafael de León y me indicó que lo leyera.
“Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo”.
“No, así no, así”, dijo ella.
Así pasó la tarde y ensayamos. Al final del día lo tenía memorizado casi del todo.
Los días siguientes los pasé recitando entre dientes. Repasando y repasando el texto hasta que me lo aprendí. Ensayando frente al espejo. Declamando ante mis padres. Estaba lista. O eso creía yo.
Llegué orgullosa y segura de mí y me planté frente al maestro Brasó, el legendario profesor de Teatro del que más de dos generaciones de barranquilleras se acuerdan. Allí, en medio de un pasillo me puso a declamar. Todo iba bien hasta que llegó la parte del canto, que yo declamaba pues no conocía la música. Entonces me frenó en seco. “Así no, tienes que cantarlo”, dijo y empezó a entonar un cante jondo, una melodía sevillana, un aire flamenco que quebraba su voz. En esos cuatro versos el maestro dejó todo su sentimiento. Así era Brasó. Te sorprendía. Estabas dibujando tranquilamente en el cuaderno, distraída o cuchicheando con una compañera y de repente levantaba la voz y de nuevo tenía nuestra atención.
No se si la idea fue suya o mía, el caso es que decidí que iba a disfrazarme de hombre para declamar “porque sin ser tu marío ni tu novio ni tu amante, soy el que más te ha querío, con eso tengo bastante”. Como cada Halloween y cada Carnaval, el baúl de los disfraces se abrió y de su interior salió un chaleco negro. A mi hermano le cogí prestada una corbata negra delgada y probablemente también una camisa blanca. Los pantalones negros ya los tenía.
Llegó el momento. Escuché mi nombre por los parlantes y me levanté de mi lugar en medio del coliseo. Con mi atuendo negro sobresalía del mar de tutifrutis, los emblemáticos uniformes del Buen Consejo con su tela a cuadros rosamarillo. Llegué hasta el micrófono, lo acomodé a mi altura, como toda una experta. De repente sentí que me flaqueaban las piernas. Empecé a temblar imperceptiblemente, todo el cuerpo, menos la voz, que me salió clarita, y me dejé llevar por los versos. El público se convirtió en un monstruo de mil cabezas y yo miraba todas y ninguna. Cogí impulso. Seguí derecho, sin parar, pero haciendo las pausas ensayadas. Llegó el momento del cante jondo y lo hice tal cual me enseñó el maestro. En los versos finales se me aguaron los ojos, creo que al público también, y terminé el poema quebrada por el llanto. Huí del escenario.
Silencio y de repente un estruendo. Los aplausos inundaron el coliseo y sonaron más fuertes que los que siguieron a las otras competidoras. Ya estaba, era mío, el premio estaba en mis manos.
Pero cuando llegó la premiación, oh desilusión, alguien más se llevó el trofeo del primer puesto. ¿Y entonces, yo qué?, me pregunté.
“El jurado ha decidido que el poema Profecía, por Beatriz Elena Mendoza, queda fuera de concurso. El maestro Brasó, miembro del jurado, se ha abstenido de votar por conflicto de intereses”.
Irónicamente la ayuda de mi maestro me costó el primer puesto, pero en su lugar recibí el máximo honor. El premio no era un brillante trofeo de plástico pintado de dorado, sino las obras editadas del maestro Gabriel Brasó en dos tomos. Aún hoy me pregunto donde habrán quedado y si estarán en el cielo de los libros o en la biblioteca itinerante que he dejado regada en mis múltiples mudanzas.
Le pedí ayuda a mi tía Clarita, mi mentora. Allá llegaba yo casi todas las semanas a hacer visita por la tarde y escucharla recitar en alemán versos de Goethe con su acento impecable pulido por una institutriz alemana. Muchas veces también me regalaba de su voz los dulces versos que le había compuesto a su difunto esposo, a su hija y a la vida.
Le conté de mi dilema. Se levantó del sofá de la sala, se dirigió hacia el interior de la casa y me dejó ahí sentada por un largo rato con el cuadro del bisabuelo mirándome de frente. Al poco tiempo volvió con un cuadernillo de poesía en la mano. Me señaló un verso de Rafael de León y me indicó que lo leyera.
“Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo”.
“No, así no, así”, dijo ella.
Así pasó la tarde y ensayamos. Al final del día lo tenía memorizado casi del todo.
Los días siguientes los pasé recitando entre dientes. Repasando y repasando el texto hasta que me lo aprendí. Ensayando frente al espejo. Declamando ante mis padres. Estaba lista. O eso creía yo.
Llegué orgullosa y segura de mí y me planté frente al maestro Brasó, el legendario profesor de Teatro del que más de dos generaciones de barranquilleras se acuerdan. Allí, en medio de un pasillo me puso a declamar. Todo iba bien hasta que llegó la parte del canto, que yo declamaba pues no conocía la música. Entonces me frenó en seco. “Así no, tienes que cantarlo”, dijo y empezó a entonar un cante jondo, una melodía sevillana, un aire flamenco que quebraba su voz. En esos cuatro versos el maestro dejó todo su sentimiento. Así era Brasó. Te sorprendía. Estabas dibujando tranquilamente en el cuaderno, distraída o cuchicheando con una compañera y de repente levantaba la voz y de nuevo tenía nuestra atención.
No se si la idea fue suya o mía, el caso es que decidí que iba a disfrazarme de hombre para declamar “porque sin ser tu marío ni tu novio ni tu amante, soy el que más te ha querío, con eso tengo bastante”. Como cada Halloween y cada Carnaval, el baúl de los disfraces se abrió y de su interior salió un chaleco negro. A mi hermano le cogí prestada una corbata negra delgada y probablemente también una camisa blanca. Los pantalones negros ya los tenía.
Llegó el momento. Escuché mi nombre por los parlantes y me levanté de mi lugar en medio del coliseo. Con mi atuendo negro sobresalía del mar de tutifrutis, los emblemáticos uniformes del Buen Consejo con su tela a cuadros rosamarillo. Llegué hasta el micrófono, lo acomodé a mi altura, como toda una experta. De repente sentí que me flaqueaban las piernas. Empecé a temblar imperceptiblemente, todo el cuerpo, menos la voz, que me salió clarita, y me dejé llevar por los versos. El público se convirtió en un monstruo de mil cabezas y yo miraba todas y ninguna. Cogí impulso. Seguí derecho, sin parar, pero haciendo las pausas ensayadas. Llegó el momento del cante jondo y lo hice tal cual me enseñó el maestro. En los versos finales se me aguaron los ojos, creo que al público también, y terminé el poema quebrada por el llanto. Huí del escenario.
Silencio y de repente un estruendo. Los aplausos inundaron el coliseo y sonaron más fuertes que los que siguieron a las otras competidoras. Ya estaba, era mío, el premio estaba en mis manos.
Pero cuando llegó la premiación, oh desilusión, alguien más se llevó el trofeo del primer puesto. ¿Y entonces, yo qué?, me pregunté.
“El jurado ha decidido que el poema Profecía, por Beatriz Elena Mendoza, queda fuera de concurso. El maestro Brasó, miembro del jurado, se ha abstenido de votar por conflicto de intereses”.
Irónicamente la ayuda de mi maestro me costó el primer puesto, pero en su lugar recibí el máximo honor. El premio no era un brillante trofeo de plástico pintado de dorado, sino las obras editadas del maestro Gabriel Brasó en dos tomos. Aún hoy me pregunto donde habrán quedado y si estarán en el cielo de los libros o en la biblioteca itinerante que he dejado regada en mis múltiples mudanzas.
Mi Butis!!Que lindios recuerdos!1 y como siente mi corazon esas inquietudes intelectuales , que ya desde nina sabia comparti'a contigo!fuera de manecitas rosaditas, son muchos los puntos afines, que han hecho mantener esta amistad, que a pesar de las diferencias de edades y dizque brechas generacionales,hacen que una chrala de nosotras dos, sea un camino al paraiso.
ResponderEliminarMe fascino ese ensayo y estoy como siempre super feliz! y orgullosa de tus obras y escritos .Desde la distancia un besote y mil felicitaciones ,continua por esa senda!
Butis,
ResponderEliminarEstá bacano, muy interesante... simplemente espectacular. Tengo que reconocer que no soy el mejor lector ni tampoco barranquillero pero lo que escribiste me llevó a recordar pasajes de mi juventud que se encuentran sentados en algún rincón de mi memoria esperando por líneas que los haga vivir nuevamente, donde son otros los personajes y con la diferencia que tu tuviste el valor de enfrentar dicha situación, por lo menos a mi, el temor escénico no me daba temblores imperceptibles sino que se me cortaba la voz, mis carótidas le recordaban al mundo que existían y donde mis maestros se revolcaban en su orgullo porque eran los únicos en diferenciar las 100 mil reglas del español en todos sus tiempos, hasta el pluscuanperfecto.
Bueno, te mando un abrazo muy fuerte. Y seguiré esperando tus próximas líneas
Ximena Marin escibió....
ResponderEliminarPor un momento retrocedi en el tiempo y me vi en el coliseo del colegio escuchanadote tal y cual lo relatas en tus lineas, todo fue tal y como le mencionas... gracias por estas lineas y por ese homenaje a nuestro querido profesor de teatro, Gabriel Brasó.
Lina Restrepo
ResponderEliminarMuy buen artículo Beatriz... no fuí compañera tuya pues estaba en un curso mas bajo, ya que yo perdí 2 bachillerato y pues no estuve contigo, pero sí recuerdo esa poesía.. y sobre todo a Brassó.. uno de los mejores profesores que hemos tenido, tanto por su trato con nosotras como por sus enseñanzas..... gracias por compartir esto ...
No se por cuanto tiempo lo he extra~ado, cada logro en mi vida parece que de una u otro forma llevara su sello. No solo me ense~o a declamar y a leer...sino lo mas importante a creer en mi misma y a ver en la poesia una manera de canalizar mi energia que es mucha.
ResponderEliminarMe vio ganar y recibir mas premios que nadie en mi familia y siempre su cara en el publico totalmente inexpresiva cuando yo recitaba como si estuviera nervioso y las ultima vez que, exactamente dos dias antes de su muerte me dijo "Tu eres de las alumnas que hace sentir a un maestro tan feliz de ser educador, no tengais temor Nancy como vosotros no hay dos, tu habeis nacido para ser leyenda" Gabriel despues de 18 a~os de tu muerte me sigues haciendo tanta falta....gracias Beatriz por ayudarme a sentirlo tan cerca.
Nancy Alvarez
BEATRIZ, DEFINITIVAMENTE ESCRIBES SUPER LINDO, TE FELICITO...
ResponderEliminarTambien he recordado todo como lo describiste, me acuerdo mucho de tu vestuario, jajaj parecías un hombrecito...te felicito Butis y gracias por traer bellos recuerdos a nuestras vidas. Un abrazo
ResponderEliminarLaiby
Beatriz, este pequeño relato que he leido me ha hecho llorar. Te lo digo de verdad, desde mi más sincera verdad, cuando he leido el el primer verso de Rafael de León, "Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo", me he estremecido. Mi padre, el hermano del profesor Gabriel, en cuyo honor tengo mi segundo nombre, era aficionado a recitar poesía. Lo hacía en casi todos los eventos que recuerdo cuando era niño, en comuniones, en bodas, cenas familiares, etc. Y aunque yo era demasiado joven, me daba cuenta del "sentimiento" que ponía. Imagino que aprendió escuchando y viendo interpretar a mi tío Gabriel, al cual sabes que apenas conocí. El segundo verso, “porque sin ser tu marío ni tu novio ni tu amante, soy el que más te ha querío, con eso tengo bastante”. me ha derrumbado, no he podido más y he roto a llorar, pues es como si si esos años volvieran a mi mente, y ahora que soy más mayor, puedo entender porqué mi padre ponía esa voz de andaluz casi gitano, porqué las damas lloraban al escucharle, por qué hacía esos gestos al "cantar" los versos, que a mí me parecían exagerados y casi me daban risa. La risa del niño ingénuo, del niño ignorante incapaz de comprender, aún, los sentimientos del corazón. Gracias por recordar a mi tío Gabriel.
ResponderEliminarBetty: eso está genial. Parece un capítulo de una novela, de la novela de una muchacha a la que después le pasan muchas cosas, una novela que podría convertirse en "la novela de las mujeres colombianas" de tu generación. Dicen que los escritores no deben ser autobiográficos, aunque tomen cosas de ellos mismos para sus obras. Eso puedes hacer tú: te inventas un personaje, y le pones anécdotas tuyas, de amigas tuyas, y otras inventadas, y ya tienes la novela... dentro de unos cinco años de trabajo, claro está.
ResponderEliminarYa estoy esperando para leerla.
Rodolfo Pérez Valero
No sé por qué, al leer me pregunté cómo serían las sombras en tu jardín mientras declamabas.
ResponderEliminarMi Butis, mi amiga, hermosa por dentro y por fuera...como no acordarme de tu declamacion, me pusiste la piel de gallina y casi me haces llorar. Gracias por hacerme recordar a los profesores valiosos que pasaron por nuestra vida escolar y que dejaron huella como el profesor Brazo. No se si alguien se acuerda en la primaria de un papel que una companera travieza saco de la papelera del curso donde decia "Brazo se parece a chespirito" y se lo dio a la directora de curso para acusarnos??? En la parte de atras estaba la firma de un monton de nosotras entre esas yo. Fue una conspiracion y todavia no se quien fue la protagonista jajaja pues como ninas teniamos la costumbre de decir "regalame tu firma" a otras companeras y la guardabamos como recuerdo, tonterias infantiles... cuando a mi me la pidieron , no recuerdo quien , pense que era para eso, resulta que esa lista la pegaron al insulto del profe y eso nos costo 2.5 en conducta con Sor Herminia, por Dios eso fue llanto y frustracion por la injusticia que estaban cometiendo conmigo y con otras y recuerdo sentir verguenza con el profe que era tan buena gente y como no creyeron en mi inocencia aunque mi mama fue de acudiente, me toco aguanterme!!!. Estos recuerdos tal vez tontos salen a la luz porque una persona brillante como tu con tus relatos nos lleva en el tiempo a evocar estas cosas lindas, porque recordar es vivir y vivir es sentir... Te quiero mucho amiguita y sigue escribiendo anecdotas para que nos sigas haciendo sentir...
ResponderEliminarSandra Garcia
Cuando apenas empezaba a leer tu relato, pensé ¿Será que va a hablar de la vez que se disfrazó de hombre? Me acuerdo perfectamente de ese día (yo era parte del mar de tutifrutis) como cosa rara con mi memoria de pajarito... Efectivamente, te habías ganado cuanto concurso de declamación había, pero esa vez la sacaste del estadio! ¿Cómo olvidar ese momento mágico? gracias por mantener vivos esos recuerdos y en especial los de nuestro querido Brasó.
ResponderEliminarQuerida Butis!!! me dejaste sin palabras... me transportaste a ese coliseo de mi colegio adorado... por favor, sigue explotando ese don tan grande que nuestro querido profesor Brasó impulsó, con su voz fuerte y con su tierna mirada. Échalo a andar, no dejes de escribir, no dejes de declamar y sigue haciéndonos partícipes de eso, somos muchos los que apreciamos ese don.
ResponderEliminarTe mando un abrazo desde México.
Maria Angelica Mendoza
ResponderEliminarNena, te quedo super. Gracias por recordar no solo a Braso si no tambien a Tia Clarita de Strauss, su alma dulce acompania nuestros recuerdos de ninez, tantas tardes visitandola y jugando en el piso de baldosas blanco y negro, las poesias recitadas en aleman, la sirena Lorelai sentada en su piedra en el famoso poema que ella recitaba, la torta de pan deliciosa que solo ella hacia. Lindos recuerdos que siempre perduran.
Un beso,
M
Brassó, como le diciamos marco la historia de nuestra ciudad cultural, al igual que el profesor Guillen. Dos españoles por casualidad. A todos nos impactó. En la única COMEDIA (como le diciamos en mi época- ahora es OBRA DE TEATRO) en que he participado efimeramente en 1966 el fue el autor y director. Celebrabamos los 25 años de fundado del Colegio de la Enseñanza en Barranquilla. (En el 2011 cumple sus primeros 70 años). Y al escribir sobre tu linda experiencia con él, he evocado muchas cosas del pasado, de nuestra niñez y juventud, de nuestra experiencia. Sintiendo mucho qu elo humanos igualmente seamos temporales, y que las buenas personas se tengan que ir algun día. Un beso con mucho amor. Esther
ResponderEliminarQue momentos tan hermosos, me sentí transportada a nuestro amado colegio. Gracias!!!
ResponderEliminarbutis, amiga, super... yo tambien me devolvi en el tiempo y me encanta la manera como haces esa magia. gracias
ResponderEliminarpatty sandoval
Butis linda como siempre GRACIAS! No dejes de escribir, tienes la mision en la vida de dejarnos deleitar y recordar a traves de tus escritos. Te quiero mucho amiga del alma
ResponderEliminarhola Butis,
ResponderEliminarQue lindo!!!, la verdad que tienes un don del que hay que seguir disfrutando. Un abrazo y muchos saludos,
tu prima claudia
Beatriz...
ResponderEliminarQue alegria me dio leer lo que escribiste, y al mismo tiempo recordar ese gran maestro, yo estudie con maria angelica tu hermana, y cuando vi la foto tuya vestida de hombre, no sabes que emocion senti!!! recordar aquellos tiempos de colegio... Un abrazo
Claudia Paez
Beatriz -- sin palabras. Beautiful writing.
ResponderEliminarPatty Otero (Mendoza)
Beatriz:
ResponderEliminarque lindo recordar como ese gran personaje, nuestro querido profesor Brasso, nos llenaba de ese amor tan grande y bello hacia la parte cultural al arte y mucho mas!
un abrazo, y gracias por compartir tu anecdota con todos,
cuidate!
Braso siempre existira en nuestros corazones. Es un recuerdo memorable y cuando leo, escucho o hablo de el, mi corazon no hace mas que encogerse de la emocion
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