La sobandera


La sobandera del pueblo llegó a la casa. Había una mujer que estaba muy enferma. Llegó arrastrando los pies con un cansancio antiguo. Era una zamba bajita y un poco gorda. Llevaba un vestido negro y calzaba unos zapatos muy gastados traídos de la china. Le faltaban casi todos los dientes. La anciana era silenciosa y sabia. Tenía el pelo gris con mechones negros y unas arrugas profundas le surcaban la cara. Traía un bulto a la espalda. Mascaba una hoja de coca.

Nadie le había dicho que en esa casa necesitaban sus servicios, pero el hombre le abrió la puerta y sin saber por qué la condujo hasta la habitación de la enferma. Allí, sentada en un ricón, estaba la mujer con los ojos volados como pájaros asustadizos. Se mecía rítmicamente, arrullándose, pero no musitaba palabra alguna.

La sobandera puso manos a la obra. Nadie le explicó lo que sucedía, pero una mirada le bastó para comprenderlo. La tomó por las axilas y la ayudó a levantarse. Era un rito silente. La condujo hasta la cama y la acostó boca abajo. La mujer se dejaba hacer. La tapó con una sábana después de desnudarla completamente. Por encima de la tela le apretó los músculos empujándolos con una fuerza inusual en una anciana de su edad. Luego la descubrió hasta la cintura y dio inicio a su tarea.

Masajeó los músculos de la espalda como si fueran una masa de pan. La enferma sentía dolor, pero no podía decir nada. La sobandera tenía unas manos ásperas que descubrían los pesares de la mujer. Donde encontraba un nudo aplicaba presión. Las uñas cortas se enterraban dulcemente en la carne haciendo que la enferma emitiera gemidos. Le dio a oler una sustancia extraña.

La mujer lanzó un grito de espanto y sólo entonces empezó a llorar. La sobandera se detuvo, sostuvo su cabeza enferma entre sus manos y la sobó suavemente entre los homoplatos hasta que lentamente recuperó la calma. Le secó con dulzura las lágrimas y siguió su labor.

Pasó a las piernas. Con sus dedos fuertes y gruesos masajeó el centro de cada pantorrilla haciendo una línea recta. El dolor era intenso, pero la mujer lo soportó estóica. Fue entonces cuando la viuda habló por primera vez. “Boca arriba”, le ordenó con una voz autoritaria en un español dificultoso. La mujer obedeció. La sobandera tomó un brazo y lo haló con fuerza como queriendo sacarle un demonio del cuerpo. La mujer emitió un ruido sordo. La tomó por el otro brazo y repitió el proceso.

Esta vez la mujer soltó un chillido de dolor que pobló de desasosiego a todos los habitantes de la casa. Impotentes sus familiares esperaban en la sala. Con ellos estaban el Doctor Arango, médico estudiado en Inglaterra, y el cura del pueblo que oraba por el alma de la enferma y por la suya propia ya que sus exorcismos no habían logrado deshacerse del maleficio y temía estar perdiendo sus poderes.

En medio de un de café tinto, servido en el calor sofocante de la estancia, escucharon un grito más. La sobandera había halado con fuerza una de las piernas. Finalmente haló la otra pierna. La mujer se mordió la lengua y asfixió un alarido. “Déja que salga”, dijo la anciana y repitió el tirón.

Los vecinos pudieron oír el grito. La cuadra entera se agitó. Salieron de las casas de bareque y techo de paja a comentar en la calle de arena la situación de la enferma. Una vecina dijo que la vio hablando muy rápido. Otra dijo que le soltó una perorata sobre el bien y el mal. Dicen que fue la querida la que le hizo el trabajo, dijo un señor bajito y gordo. Otra persona desmintió esa versión. Al hombre no se le conocía otra mujer. Un canto en una lengua extraña provino de la casa y los calló a todos.

La sobandera se movía rítmicamente. Con una escobilla de hojas de coca barría el cuerpo de la enferma mientras cantaba una canción ancestral. Siguió cantando cuando tomó un puñado de polvillo rojo, lo mezcló con agua y embadurnó a la mujer con la pasta. Luego preparó un bebedizo y se lo dio a tomar. La enferma aguantó las ganas de vomitar y tragó sin respirar el menjurge. “Recuéstate, descansa”, dijo la anciana mientras salía del cuarto.
El hombre se acercó a la puerta. La viuda se lo llevó para el patio. “Está calmada”, dijo. “No dejes que lave sino mañana, lleva la aguas termales, baños siete días, entra, no hables”.

El hombre entró a la habitación iluminada tan sólo por una veladora. La mujer se estremeció en la cama. Parecía  serena pero no dormía. De repente abrió los ojos y dijo en un susurro: “Dale a esa mujer un bulto de arroz y otro de fríjol, que no le falte la comida a sus hijos”. Luego se cubrió con la sábana hasta la cabeza.

El hombre asintió y salió del cuarto. Se dirigió a la cocina siguiendo las órdenes de su mujer. La sobandera recibió los bultos con una sonrisa escueta. Los depositó dentro de su saco y enfiló hacia la salida. Al pasar por la sala le dirigió una mirada de desconfianza al cura y se mostró orgullosa ante el doctor. Cuando llegó a la puerta le entregó un bultito al hombre y le dijo en secreto: “Tómate hierbas y podrás tener niño, niño cuida”. Encendió una calilla y se fue calle arriba, espantando a los vecinos, fumando con el tizón hacia adentro, mientras su sombra se perdía en la noche.

La enferma cerró los ojos.  Por fin, despues de días de desvelo, logró conciliar un sueño plácido y profundo. Los familiares respiraron aliviados cuando oyeron sus ronquidos. Uno a uno fueron abandonando la sala. Los vecinos también se fueron a sus casas.
El hombre salió a la puerta y encendió un cigarrillo. Sólo entonces permitió que las lágrimas nublaran su vista. Se sirvió un trago de ron y agradeció en secreto al dios en el que no creía desde que un cura le dañó la cabeza. Respiró aliviado con la esperanza puesta en ese hijo que finalmente tendrían.
Miami, febrero 16, 2011

Comentarios

  1. Anónimo9:59 a. m.

    Del relato me gustó mucho la atmósfera. La esperanza en medio de la tragedia. La mirada de la sobandera al cura.

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  2. Anónimo10:49 a. m.

    ¿Por qué no escribes más a menudo, si lo haces tan bien? Seis meses para producir una entrada a este blogger se me hace mucho tiempo. Debieras "descansar" menos y darnos más de tu paladar para saborear tus palabras más a menudo.

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  3. Pues nos has dejado ilusionados con la producción literaria. Esperamos algo más.

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  4. Maravilloso! Me ha proporcionado un inmenso alivio de sólo leerlo. Muchas gracias por escribir tan bonito e invitarme a disfrutarlo.

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  5. Anónimo1:34 p. m.

    Uff, soberbio. Corto y sencillo. El tema me pega mucho porque he visto parteras, brujas, sobanderas y hasta plañideras. Me imagino a la sobandera bastante ajada y con cara de pesar. Sigue contándonos otro que este está bueno.

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  6. Anónimo10:21 p. m.

    Bueno, muy bueno, es un cuento bien contado. Me gusto full pues es breve pero te mantiene atento hasta el final. Es mi genero favorito y chevere porque de alguna manera me senti en el pueblo otra vez.

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